Detrás de nuestras exigencias

Si tuviera que señalar alguna de las actitudes que con mayor frecuencia aparecen en los procesos de autoconocimiento que acompaño, una de ellas sería, sin duda, la actitud de rechazo (de algún aspecto de la realidad o de los demás) y de exigencia que repetidamente detecto durante las sesiones que mantengo con mis consultantes.

Y digo rechazo y exigencia porque constato que con frecuencia van de la mano. Trataré de explicarlo a través de algunos ejemplos relacionados con problemáticas que l@s consultantes viven en sus relaciones de pareja:

  • Soy una persona complaciente y me cuesta decir que no. De forma natural tengo tendencia a estar atenta a las necesidades de los demás, a hacerles la vida cómoda y fácil y a ser complaciente. De modo que con frecuencia tiendo a dar en exceso y a sobrecargarme sin tener en cuenta mis propias necesidades. Con el paso del tiempo, mis propias actitudes y comportamientos van generando un desequilibrio en el reparto de las tareas del hogar y siento un malestar y un cansancio crecientes que acaban pesándome. Cuando tengo el vaso lleno, exploto y termino culpabilizando a la persona con la que convivo de mi propio agotamiento. Mi descontento se suele expresar en forma de reproches y/o exigencias, como:

    • «Estoy harta de tener que hacerlo todo yo»; «deberías colaborar más en casa»; «todo el trabajo de la casa recae sobre mí —y no debería ser así—»; «deberías ocuparte de esto y de aquello y no lo haces»; «no reconoces ni agradeces todo lo que hago —y deberías reconocerlo y agradecérmelo—»; «deberías ser más considerado»; «me tratas como si fuera una muchacha —y no deberías tratarme así—»; «no es justo que yo cargue con todo el peso —tú deberías sobrellevar parte de la carga—»; «eres un egoísta —y no deberías serlo—»; «eres un desconsiderado —y no deberías serlo—»; «no deberías dejar las cosas por el medio»; «eres muy desordenado —y deberías ser más ordenado—»; etcétera.

Bien, nos encontramos con una realidad que rechazo (en este caso, que la persona con quien convivo sea como es y se comporte como lo hace) y una serie de exigencias, sostenidas en la creencia básica de que la persona con la que comparto la vida debería ser y comportarse de otra manera a como lo hace.

Es tal el empeño o incluso empecinamiento que podemos llegar a poner en tratar de modificar a otra persona, que podemos pasar años y años instalados en la queja, los reproches y las exigencias constantes, mientras quedamos sumidos en la frustración, la insatisfacción e incluso, a veces, el hartazgo y la amargura.

En ocasiones, cuando trato de que los consultantes vean su parte de responsabilidad en lo que están viviendo (como su dificultad para poner límites, su resistencia a la hora de afrontar conflictos, su dificultad para darse lo que necesitan, etcétera); o cuando trato de mostrarles los aspectos que rechazan de la persona que tienen al lado —y que en muchas ocasiones son características que están ahí desde el principio de su relación— suelen reaccionar con sorpresa y/o resistencia. 

A las consultantes que encarnan las actitudes descritas anteriormente les resulta bastante obvio que el que tiene que modificar su conducta es el otro —que no es como debería ser ni se comporta como debería comportarse—. Ellas son generosas, serviciales, empáticas y bondadosas y los demás, aprovechados, insensibles, egoístas y desagradecidos.

Detrás de las exigencias puede haber muchas cuestiones, como expectativas generadas que no se cumplen, ideas rígidas sobre lo correcto o lo incorrecto, lo justo y lo injusto, lo que merezco y lo que no; vacíos internos, necesidades o dependencias de las que hacemos cargo al otro, etcétera.

Ahora bien, ¿es legítimo exigirle a otro que sea de forma diferente o tratar de cambiarle para que yo deje de sentir aquello que siento y que no quiero sentir (sobrecarga, frustración, insatisfacción, tristeza, infelicidad, vacío, dependencia...)?

A veces, cuando he instado a alguna consultante (en general, este tipo de problemáticas de desequilibrio en el reparto de tareas del hogar lo sufren en mayor medida las mujeres) a probar a no exigir nada a su pareja durante una semana a fin de que pueda ver qué le pasa y se focalice en lo que le sucede a nivel interno mientras realiza este experimento, se echan las manos a la cabeza: ¿Cómo? ¿Te refieres a que no diga nada cuando vea que las cosas están sin hacer? «Si no le exijo nada, no hará nada», me dijo una vez una consultante. Bien, contesté; si pasa eso y lleváis tantos años en la misma dinámica, entonces quizás tengas que pensar o decidir si es la persona que quieres que siga a tu lado.

  • Soy una persona insegura y dependiente; vivo desconectada de mi propio valor y busco el aprecio y el reconocimiento de los demás constantemente. He aprendido que hay actitudes y conductas que me suelen reportar el aprecio y el reconocimiento de los demás, de modo que las he automatizado; pero, cuando no recibo lo que espero recibir a cambio de todo lo que doy o la persona que necesito que esté cerca se distancia emocionalmente de mí y deja de comportarse como yo espero, necesito o quiero, me siento mal; de modo que trato a toda costa de que esto no suceda, cuestionando o reprobando su actitud o su comportamiento y exigiendo que la modifique. De nuevo: hay una realidad que rechazo: la distancia emocional de mi pareja o el incumplimiento por su parte de mis expectativas y una exigencia hacia el otro para que esto no suceda.

En general, solemos decir que aceptamos a los demás tal y como son, sin llegar a advertir que nuestras exigencias son una muestra de lo contrario. 

Hay cuestiones filosóficas que merecen ser reflexionadas que están en el trasfondo de las actitudes de rechazo y/o de exigencia. Están en juego temas como el respeto por la libertad y la autenticidad del otro, la responsabilidad sobre las propias emociones y la propia vida, los límites, los miedos, la dependencia… 

Se trata de dirigir la mirada hacia lo profundo y tratar de ver qué cuestiones de calado filosófico hay en juego cuando trato de exigir a otro tal o cual cosa.

La RAE define el término exigencia como «pedir imperiosamente algo a lo que se tiene derecho». Pero,

  • ¿Es legítimo coartar la libertad de otro?

  • ¿Es legítimo decir a otros cómo deberían actuar y cómo no?

  • ¿Tenemos derecho a tratar de manipular la conducta de los demás?

  • ¿Tenemos derecho a controlar al otro?

  • ¿Es legítimo exigir a otro que satisfaga nuestras necesidades o cumpla nuestras expectativas?

  • ¿Es legítimo exigir al otro que cargue con el peso de nuestras limitaciones, dependencias, temores o vacíos que no afrontamos?

Los próximos martes 25 de febrero y martes 11 de marzo, abrimos un espacio de diálogo junto a la filósofa Carmen Zanetti para explorar juntos los desafíos en las relaciones de pareja y los obstáculos que dificultan la aceptación.

Esta es una oportunidad para repensar la forma en que te vinculas, para soltar las expectativas que pesan y abrirte a relaciones más libres y auténticas.


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