ARTÍCULOS
Textos sobre filosofía aplicada a la vida: una larga tradición de sabiduría, que estamos contribuyendo a actualizar.
El artículo presenta la posibilidad y la necesidad de un nuevo giro filosófico, que extienda su mirada hacia la dimensión espiritual de la vida humana. Con ello no se refiere a nada esotérico ni al alcance de unos pocos, sino a la vida interior de la conciencia que es posible ejercitar y desarrollar, y que desde hace siglos ha permanecido relegada filosóficamente, debido a los prejuicios del racionalismo moderno.
Después de tantas palabras gastadas, que han perdido su fuente y su energía, emerge el silencio. Todavía no ha sido maltratada su voz. Todavía resuena en nosotros. Una necesidad que hoy sentimos. Una carencia que evoca una abundancia de la que no nos hemos separado todavía. Esperemos que la mercadotecnia no lo detecte. Antes de que esto suceda, aquí estamos nosotros, criaturas que anhelamos silencio.
Este texto te invita a meditar sobre ti mismo y la realidad que te rodea. Es una invitación a iniciar una aventura que no puede empezar si no por la propia experiencia.
¿Cómo poner en diálogo, en el contexto educativo, la sabiduría oriental, más concretamente la tradición zen, y la filosofía occidental? ¿Qué contenidos y recursos poner en juego para que este encuentro sea fecundo? La experiencia que se describe quiere dar respuesta a estas preguntas, realizada durante un curso escolar, en las horas de la asignatura de “Filosofía y Ciudadanía” de Bachillerato, con estudiantes de 16-17 años, en el IES Albero de Alcalá de Guadaíra (Sevilla).
“[La filosofía] es imprescindible que sea la ciencia teórica de los primeros principios y las primeras causas. Lo que en un principio movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas fue, como lo es hoy, la admiración (...) Si los primeros filósofos filosofaron para liberarse de la ignorancia, es evidente que se consagraron a la ciencia para saber, y no por miras de utilidad” (ARISTÓTELES, Metafísica, I.2.)1
Sin responsabilidad resulta imposible tomar las riendas de nuestra vida y, de hecho, constituye la falta de ella uno de los mayores obstáculos para llegar a dueños y señores de lo que pensamos, hacemos y decimos. Obviamente, muchos de nuestros pensamientos, acciones y palabras se escapan a nuestro control porque se dan de forma mecánica e inconsciente. Pero, aunque en muchas ocasiones se nos «cuelan» algunos juicios, palabras y acciones que no hemos decidido por nosotros mismos, esto no significa que no seamos libres, ya que podemos hacernos conscientes, en mayor o menor medida, de lo que nos determina y adoptar una actitud hacia ello.
¿Está diseñado nuestro cerebro para la felicidad? Seguramente no, como sugieren algunos especialistas en neurociencia, pues el cerebro ha sido diseñado para muchas funciones y la felicidad no es una función. Podríamos entender la naturaleza de la felicidad de dos modos básicos: como resultado, que es la visión habitual y por tanto siempre algo inalcanzable de una manera completa y permanente; y como origen, si se abrigara en una capacidad, nuestra capacidad de ser felices (y no de lograr de una vez por todas la felicidad).
Si hay algo que caracteriza a los seres humanos es su capacidad para el lenguaje articulado. Somos seres constitutivamente hablantes, capaces de expresar de forma abstracta nuestras vivencias. Esta necesidad de la palabra opera tanto para relacionarnos con otras personas como hacia nosotros mismos. Tanto es así que Platón llegó a definir la filosofía como “un diálogo silencioso del alma consigo misma”. Pero, ¿realmente sabemos dialogar con nosotros mismos? ¿Sabemos dialogar con los demás? Es más, ¿sabemos en qué consiste el arte de dialogar?
Las escuelas filosóficas helenísticas de Grecia y Roma –epicúreos, escépticos y estoicos- concibieron la filosofía como un medio para afrontar las dificultades de la vida humana, viendo al filósofo como un médico compasivo cuyas artes podían curar o aliviar muchos de los sufrimientos humanos. De hecho, el uso de la analogía médica y del lenguaje de la enfermedad y la curación aplicado a la disciplina filosófica estaba muy extendido en la Antigüedad, una analogía que surge de la comparación de los instructores morales con los médicos, de tal modo que, al igual que la medicina trata el cuerpo, la filosofía trata el alma.
Ocuparse de uno mismo es un tema muy antiguo en la cultura griega[1], una conminación que encontramos en muchas doctrinas filosóficas: Apuleyo, Epicuro, Marco Aurelio, Séneca…, siendo en Epicteto donde se señala, sin duda, la más alta elaboración filosófica de este tema, al definir, en las Conversaciones, al ser humano como el ser que ha sido confiado al cuidado de sí[2]. El cuidado de sí, para Epicteto, es un privilegio-deber, un don-obligación que nos asegura la libertad[3], de modo que aprender a vivir es una invitación a transformar la existencia en un ejercicio permanente[4].