LA FILOSOFÍA COMO TERAPIA DEL ALMA

Que nadie, por joven, tarde en filosofar, ni, por viejo, de filosofar se canse. Pues para nadie es demasiado pronto ni demasiado tarde en lo que atañe a la salud de su alma (Epicuro)

Las escuelas filosóficas helenísticas de Grecia y Roma –epicúreos, escépticos y estoicos- concibieron la filosofía como un medio para afrontar las dificultades de la vida humana, viendo al filósofo como un médico compasivo cuyas artes podían curar o aliviar muchos de los sufrimientos humanos. De hecho, el uso de la analogía médica y del lenguaje de la enfermedad y la curación aplicado a la disciplina filosófica estaba muy extendido en la Antigüedad, una analogía que surge de la comparación de los instructores morales con los médicos, de tal modo que, al igual que la medicina trata el cuerpo, la filosofía trata el alma. Medicina y filosofía, pues, son medios para lograr el mismo fin, una vida libre de penas y enfermedades, artes prácticas cuya función será la curación de las enfermedades del cuerpo y los sufrimientos del alma respectivamente. El olvido de este periodo en la enseñanza de los clásicos proyecta una imagen distorsionada de la tradición filosófica y nos priva de argumentos filosóficos altamente clarificadores.

                Para Epicuro, de la misma manera que de nada sirve un arte médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad ninguna en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma[41]. La filosofía bien entendida, pues, no es sino el arte de vivir (téchne bíou), produciéndose un amplio y profundo acuerdo durante este período helenístico y romano en que la motivación fundamental del filosofar  es la perentoriedad de aliviar el sufrimiento humano y su objetivo, la eudaimonía, el florecimiento humano. Se deduce de este posicionamiento un compromiso de toda filosofía ética médica con la acción, pues el descubrimiento de lo que los seres humanos adolecen y de lo que necesitan es el preludio inseparable del intento de sanarlos y darles lo que necesitan. La analogía médica expresa este compromiso.

Dado que las enfermedades que esta filosofía saca a la luz son, ante todo, enfermedades de la creencia y del juicio, ... el reconocimiento del error está íntimamente ligado a la aprehensión de la verdad[42].  Esto quiere decir que una filosofía moral médica está comprometida con la argumentación filosófica[43].

             La exposición que hace Epicuro del fin ético es inseparable de su epistemología general, según la cual los sentidos son totalmente dignos de confianza y todo error procede de la creencia[44]: Epicuro mismo dice que no hace falta argumentar siquiera acerca del placer, pues el juicio reside en los sentidos, de modo que nos basta con recordar y la enseñanza no sirve para nada[45].

                Epicuro y Platón están de acuerdo en rechazar como no dignos de confianza los apegos culturales de la gente entre los cuales viven, así como aquellas emociones y deseos de raíz cultural  -como el amor erótico o el miedo a la muerte-. Pero Epicuro halla la verdad en el cuerpo, mientras que para Platón el cuerpo es la fuente primordial de engaño y encantamiento y la claridad se consigue únicamente distanciándose de su influencia mediante el entendimiento[46].

                Para Epicuro, la creencia falsa es la raíz de toda dolencia, por lo que el arte curativo debe ser un arte del razonamiento capaz de enfrentarse a la falsa creencia y vencerla. Este arte salvífico es para Epicuro la filosofía convenientemente entendida. Por eso Epicuro se compromete con la misión de asegurar la buena vida a todos y cada uno de los individuos: no sólo a los nobles, sino a los campesinos, las mujeres, los esclavos, incluso los analfabetos. La única misión propia de la filosofía es la curación de las almas, por lo que los argumentos destinados a otros fines se considerarán hueros. Un argumento válido, simple, elegante, pero no eficaz causalmente no tiene más utilidad en filosofía de la que un medicamento de bello colorido y buen olor, pero ineficaz, tiene en medicina[47]. La misión pues de los argumentos de la filosofía epicúrea es, ante todo, la de actuar momo causas del buen vivir[48]Uno de los rasgos que caracterizan la filosofía de Epicuro pues, es su finalidad práctica. Es así, que para Epicuro la valoración de cada rama de la filosofía ha de hacerse teniendo en cuenta su contribución a la práctica, ya que si no contribuye a esta finalidad será vana e inútil.

Para Epicuro pues, la filosofía es, no un teorizar o un saber objetivo, sino una actividad que, a la manera de las medicinas para el cuerpo, cura las almas. En un mundo caótico y alienante filosofar es una urgencia vital, una perspectiva que dota al filósofo de una de una función salvadora y de una praxis ineludible. La filosofía es una actividad (enérgeia) que con palabras y razonamientos proporciona una vida feliz. Esta actividad comporta a la vez una actitud ante el mundo que infunde a la persona una disposición anímica fundamental para el vivir cotidiano, y que hace del filósofo un sabio (sophós).

La comparación de la filosofía con la medicina refleja la condición de ser una ciencia al servicio de la vida del individuoVana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia del hombre. Pues así como ningún beneficio hay de la medicina que no expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco lo hay de la filosofía, si no expulsa la dolencia del alma. En medio de una sociedad enferma de falsos ideales y creencias erróneas, perturbada por la angustia, el temor y la servidumbre, el filósofo aparece como el psiquiatra que posee un potente fármaco capaz de liberar al individuo de la enfermedad colectiva y conducirle a la cordura y la felicidad que vienen de mano de la sabiduría. El filósofo pues, no persigue un ideal teórico, sino que el verdadero philósophos es el sophos, el que sabe vivir con su saber.

Esta actividad del filósofo, que desenmascara los falsos valores y denuncia las trampas alienantes de una sociedad envilecida y vana, no trata, sin embargo, de extirpar las causas sociales de esa alineación de la mayoría. El mensaje epicúreo está dirigido sólo a la persona que decide seguir el camino que él propone como senda para la liberación y la serenidad. Como Sócrates, Epicuro desdeña la opinión general (la doxa) y tampoco  pretende la popularidad de su doctrina.

La doctrina epicúrea pues, subordina el conocimiento a la finalidad de todo individuo: la eudaimonía. Esto no constituye, sin embargo, un menosprecio del estudio y la investigación de la realidad; de hecho, para que se produzca la liberación filosófica es necesario el conocimiento científico pues sólo el conocimiento real de la Naturaleza nos garantiza la auténtica serenidad de ánimo, la ataraxía. Es necesario, entonces,  para alcanzar la felicidad el conocimiento de las causas reales de las cosas, pues este conocimiento es el que libera al estudioso de los fantasmas irracionales, de las creencias angustiosas y de las esperanzas vanas. En resumen, podríamos decir que el epicureísmo no rechaza la theoría; antes bien, la ejerce de forma dogmática y sistemáticamente, pero este ejercicio se desprende, no de una sobrevaloración del celo teorético, no de un afán por la investigación y la especulación emprendidas por mor de sí mismas, sino de la exigencia de la vida misma en orden a su plenitud.

De la filosofía como terapia del alma al asesoramiento filosófico

El discurso filosófico no esculpe estatuas inmóviles, sino que todo lo que toca desea volverlo activo, eficaz y vivo. Inspira impulsos motores, juicios generadores de actos útiles, elecciones a favor del bien”. (Plutarco)

Según la idea dominante de la calle, la filosofía es una árida, abstrusa y ardua disciplina intelectual, cuyos temas parecen alejados de los problemas cotidianos. Las palabras de Plutarco nos hablan, en cambio, de una filosofía claramente comprometida con el desarrollo personal y la formación ética de los cuidados[49]. Según esta concepción originaria de la filosofía –que hoy se quiere recuperar- toda persona puede y debe ser filósofa; de hecho, lo es en la medida en que no se conforma con vivir sometida al dictado de la costumbre, de las convenciones sociales y de las creencias vigentes, y aspira a ser dueña de su vida, eligiendo sus metas y examinando sus experiencias para extraer de ellas sus propias verdades y orientar autónomamente su acción[50].

En este sentido, la práctica del asesoramiento filosófico personal consistiría en una relación de ayuda en la que un filósofo y un consultante entablan un diálogo confidencial orientado a que éste último clarifique sus propias confusiones, conflictos, dudas existenciales o retos personales. Se trata de un diálogo en el que se facilita un espacio de escucha propia para que el consultante pueda tomar conciencia de sus vivencias y las ideas y supuestos latentes en ellas, para que pueda hacerse cargo de sus concepciones básicas sobre la realidad y las implicaciones que conllevan. El contacto con las propias falacias argumentativas y las contradicciones favorece que la persona que consulta entre en contacto con sus mejores posibilidades, descubriendo desde su propio fondo nuevas comprensiones y horizontes de sentido para que pueda elaborar y encarnar una filosofía personal y propia[51].

                El asesor filosófico no ofrece pues, soluciones ni respuestas; tampoco ofrece soluciones que aplaquen nuestro malestar ni recetas o remedios que indiquen cómo debemos actuar, sino más bien lo que facilita es el descubrimiento de la verdad propia, partiendo del presupuesto de que muchas inquietudes o conflictos que nos afligen están asociados a nuestras concepciones básicas del mundo y de nosotros mismos, y sobre la felicidad, el deber, el amor, etc.[52] El filósofo asesor sería pues un facilitador de la reflexión, pero de una reflexión no paternalista ni jerárquica, que respeta y fomenta la autonomía y la responsabilidad sobre sí mismos de sus interlocutores. Esta reflexión está ordenada a clarificar la filosofía personal del consultante, esa que late en sus dificultades o inquietudes y que generalmente es la que le hace acudir a alguien para que le ayude[53]

                A sabiendas de que nuestra vida es siempre la encarnación de una filosofía, de una concepción sobre el mundo y sobre nosotros mismos, al filósofo asesor le ocupa facilitar un espacio de confianza en el que pueda salir a la luz la filosofía íntimamente entretejida en nuestras actitudes, emociones y conductas, una toma de conciencia que propicia la integración existencial y que permite abrir nuevos horizontes de posibilidades y de sentido. El objetivo pues es favorecer la coherencia interna en aras a vivir con una mayor conciencia y autenticidad[54], desde la comprensión de que la dimensión transformadora es intrínseca a la reflexión filosófica. La perspectiva pues, no es psicológica ni médica[55], sino existencial y filosófica. No busca en las dificultades que le plantean los consultantes indicios de trastornos o disfunciones psicológicas, sino que ve en ellas retos derivados de la andadura vital de la persona[56].

                La dimensión transformacional intrínseca al asesoramiento filosófico es lo le permite caracterizarlo como “terapia”, siempre que este término se utilice exclusivamente en el sentido que le otorgaban los antiguos cuando calificaban a la filosofía de “garante de la salud del alma”, o se entienda a la luz de su sentido etimológico originario –el que lo vincula al término griego therapeúein: servir, cuidar-.

                “La mayoría de los hombres piensan que la Psicología es una ciencia relativamente moderna. Opinan eso porque la palabra ´psicología´ se difundió en general en los últimos 100 o 150 años. Olvidan, sin embargo, que hay una psicología anterior a ésta, que se extendió más o menos desde el año 500 a. Cristo hasta el siglo XVII, aunque no se le haya llamado ´psicología´, sino ´ética´, y también, más frecuentemente, ´filosofía´; pero no era otra cosa que psicología. ¿Cuáles eran entonces la naturaleza y los fines de esta psicología premoderna? A esto se puede responder muy sucintamente: era el conocimiento del alma del hombre con el fin de convertirlo en un hombre mejor”. (Eric Fromm)

Carmen Zanetti Dueñas

Lic. Filosofía UAM

[41] Nussbaum, Marta C., La terapia del deseo, pag. 33, Ed. Paidos, Barcelona 2003

[42] Ibid, pag. 58

[43] Ibid

[44] Ibid , pag. 146

[45] Cicerón, De Finibus, 3, 3  146n8

[46] Nussbaum, Marta C. La terapia del deseo, Ed. Paidos, Barcelona, 2003, pag. 148  

[47] Ibid, pag. 160

[48] Ibid

[49] Cavallé, Mónica y Machado, Julián D, arte de vivir, arte de pensar. Iniciación al asesoramiento filosófico, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2007, pag 11

[50] Ibid, pag 12

[51] Ibid, pag. 13

[52] Ibid, pag 13-14

[53] Ibid, pag. 23

[54] Ibid, pp. 24-25

[55] Ibid,  pag. 29

[56] Ibid

Fuente: https://carmenzanetti.es/textos/31-la-filosofia-como-terapia-del-alma+

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