LA TERAPIA FILOSÓFICA COMO CUIDADO DE SÍ

Por más que el camino que conduce a tal estado de sabiduría parezca arduo, bien puede sin embargo hallarse. Y arduo, ciertamente, debe ser lo que tan raramente se encuentra. Si la salvación estuviera en nuestra mano y pudiera conseguirse sin mayores dificultades, ¿cómo podría explicarse que casi todos la ignoren? Pues todo lo excelso es tan dificultoso como raro. (Spinoza)

               Ocuparse de uno mismo es un tema muy antiguo en la cultura griega[1], una conminación que encontramos en muchas doctrinas filosóficas: Apuleyo, Epicuro, Marco Aurelio, Séneca…, siendo en Epicteto donde se señala, sin duda, la más alta elaboración filosófica de este tema, al definir, en las Conversaciones, al ser humano como el ser que ha sido confiado al cuidado de sí[2]. El cuidado de sí, para Epicteto, es un privilegio-deber, un don-obligación que nos asegura la libertad[3], de modo que aprender a vivir es una invitación a transformar la existencia en un ejercicio permanente[4]. El término epimeleia  no designa simplemente una preocupación, sino todo un conjunto de ocupaciones[5]; la epimeleia implica un trabajo[6], un trabajo que, en palabras de Marco Aurelio, es un largo trabajo de reactivación de los principios generales, y de los argumentos racionales que persuaden de no dejarse irritar ni contra los demás, ni contra los accidentes, ni contra las cosas[7]; o, en palabras de Séneca: están también las conversaciones con un confidente, con amigos, con un guía o director[8].  En este último sentido, el texto de Galeno sobre la curación de las pasiones, aconseja a quien desee cuidar de sí mismo buscar la ayuda de otro[9], recordando Séneca que nadie es tan fuerte como para desasirse por sí mismo del estado de stultitia en el que está: “es necesario que se le tienda la mano y se tire de él”[10].

                Según una tradición que se remonta muy lejos en la cultura griega, el cuidado de sí está en correlación estrecha con el pensamiento y la práctica de la medicina, hasta el punto de que Plutarco dirá que filosofía y medicina tratan de “un solo y mismo campo”[11]. El mismo Galeno considerará que es de su competencia no sólo curar los grandes extravíos del espíritu, sino curar las pasiones y los errores[12].

Alrededor del cuidado de uno mismo se ha desarrollado toda una actividad de palabra y de escritura donde se enlazan el trabajo de uno sobre sí mismo y la comunicación con el prójimo[13]. En esta práctica, a la vez personal y social, el principio délfico “conócete a ti mismo” ocupa un lugar de privilegio, de modo que  se desarrolló todo un arte del conocimiento de sí, con recetas y ejercicios específicos cuyo objetivo podría caracterizarse por el principio de la conversio ad se[14], una conversión que implica, al mismo tiempo, un desplazamiento en la mirada[15] y una trayectoria gracias a la cual podamos escapar de todas las dependencias y servidumbres[16]. Se trata de un movimiento de la existencia mediante el que se retorna sobre sí mismo, para residir y permanecer allí[17]. Pero este desplazamiento de la mirada, esta modificación de la actividad, exige toda una suerte de ejercicios, pues efectivamente, conlleva el silencio, la lectura, la meditación, los regímenes de salud, los ejercicios físicos sin exceso, la satisfacción mesurada de las necesidades[18]. El cultivo de sí es, a la par, cuidado del y con el lenguaje, una necesidad de un nuevo arte del hablar, del leer y del escribir que no sólo compromete la acción, sino que lo trastoca todo[19].

Epiméleia es pues, un cuidado que es más bien un cuidarse de nuestras conductas, de nuestra ética, de las relaciones consigo y con los otros[20] que deviene, entonces en un modo de vivir, pues no es asunto ni tarea de una determinada época, sino de una vida; tarea filosófica de reinterrogar las evidencias y los postulados, sacudir los hábitos y costumbres, las maneras de hacer y de pensar, disipar las familiaridades admitidas[21]… Un problematizar, un conjunto de prácticas –discursivas o no- que hace entrar algo en el juego de lo verdadero y de lo falso[22]; un refutar lo que somos que libera espacios en los que dejarse decir[23] en un modo nuevo de hablar[24]Se trata de una permanente decisión y elección personal, de una tarea que implica el estudio de las reglas de formación de los discursos, de los modos de subjetivación; que concierne el preguntarse por la conformación de los individuos, de las verdades y de las objetividades[25]; y que requiere la atención a las relaciones de fuerza y a las estrategias sociales[26]. Se trata, en suma, de hacer patente un nuevo discurso que ya no oculta para armar al sujeto de una verdad que no conoce y que no habita en él y hacer de esa verdad aprendida, memorizada, progresivamente puesta en aplicación, un ….. que rija de forma soberana en nosotros.

Pensar viene a ser, entonces ejercicio, un arte de la existencia, una técnica de vida[27]; se trata de saber cómo gobernar la propia vida a fin de darle la forma más hermosa posible[28], una práctica de sí mismo que tiene por objeto constituirse a uno mismo en tanto que artesano de la belleza de la propia vida, o, como se ha dicho tantas veces, se trata de hacer de la propia vida una obra de arte, diciéndose en lo que se es[29].

Hay una nueva voz del cuidado que deja comprometida la noción inadecuada de la verdad como simple descubrimiento, pues es, además, creación, invención de nuevas posibilidades; ocuparse de sí mismo es, entonces, creación de modos de existencia, invención de posibilidades de vida. La ocupación ya no es un mero “conocer” lo que somos, pues la verdad afecta al sujeto y se ve afectada por su discurrir. La verdad se constituye y se convierte en el trabajo de uno sobre sí mismo, en su capacidad de afrontar el poder sobre sí, a sabiendas, de que, si uno se ocupa de sí como es debido, si uno sabe ontológicamente quién es, no puede abusar de su poder en relación con los demás, “porque el peligro de dominar a los otros y de ejercer sobre los demás un poder tiránico no viene precisamente más que del hecho de que uno no cuida de sí y por tanto se ha convertido en esclavo de sus deseos”[30].

Conversión

La actividad filosófica, pues, no se sitúa sólo en la dimensión del conocimiento, sino en la del “yo” y el ser[31], tratándose más bien de un proceso que aumenta nuestro ser, de una conversión que afecta a la totalidad de la existencia, una transformación gracias a la que es posible pasar de un estado inauténtico en el que la vida transcurre en la oscuridad de la inconsciencia, a un nuevo estado vital  y auténtico.

Según su significado etimológico, conversión (del latín conversio) significa “giro”, “cambio de dirección”, siendo pues un término que sirve para designar cualquier tipo de retorno o de transposición[32]. En su acepción filosófica, la conversión significa un cambio de concepción mental, que puede ir desde la simple modificación de una opinión hasta la transformación absoluta de la personalidad[33]. De hecho, la palabra latina conversio corresponde a dos términos griegos de diferente sentido: por una parte a episthrophe, que significa “cambio de orientación” y que implica la idea de un retorno (retorno al origen, retorno a uno mismo), y por otra a metanoia, que significa “cambio de pensamiento”, “arrepentimiento”, sugiriendo la idea de mutación y renacimiento[34].

La filosofía, en esencia, más que una teoría acerca de la conversión, ha seguido suponiendo siempre un acto de conversión, algo que se puede investigar a través de las diferentes formas que ha revestido este acto a lo largo de la historia de la filosofía, reconociéndolo, por ejemplo, en el cogito cartesiano, en el amor intellectualis de Spinoza o la intuición bergsoniana de la temporalidad[35]. Todas ellas formas bajo las que la conversión filosófica implica separación y ruptura con respecto a lo cotidiano, a lo familiar, a esa actitud falsamente “natural” del sentido común[36],  que supone un retorno a lo original y originario, a la autenticidad, a la interioridad, a la esencialidad y presupone un absoluto recomenzar que transmuta el pasado y el porvenir[37]. Se trata de aspectos que vuelven a descubrirse en la filosofía contemporánea, como en Husserl, Heidegger y Merleau-Ponty[38] y que tiene continuidad en muchos de los pensadores más influyentes de la actualidad filosófica (como Bergson, Lavelle o Foucault), que  presentan una renovada visión de la filosofía y que se impone como tarea precisamente la de revelar a los hombres la utilidad de lo inútil. Frente a la realidad abrumadora de la vida –preocupaciones, sufrimientos, angustias…-, el discurso filosófico sólo puede parecer un vano parloteo y un lujo irrisorio[39], pero, en realidad, el aspecto fundamental de la filosofía no es el discurso sino la vida y la acción[40].

CARMEN ZANETTI DUEÑAS

Lic. Filosofía UAM

[1] Foucault, Michel, Historia de la sexualidad: 3. El cuidado de sí, Ed. Siglo XXI, Madrid, 2009, pag. 46

[2] Ibid, pag 51

[3] Ibid, pag 52

[4] Ibid, pag 53

[5] Ibid, pag 55

[6] Ibid

[7] Ibid, pag 57

[8] Ibid

[9] Ibid, pag 59

[10] Gabilondo, Angel; Las lecturas de uno mismo: 1. LAS PRACTICAS DE SI, pag. 2

[11] Foucault, op.cit., pag 60

[12] Ibid, pag 63

[13] Ibid, pag 57

[14] Ibid, pag 74

[15] Ibid

[16] Ibid

[17] Gabilondo, Angel, Las lecturas de uno mismo: Las prácticas de sí, pag 2

[18] Ibid, pag 3

[19] Ibid

[20] Ibid, pag. 1

[21] Ibid, pag 2

[22] Ibid

[23] Ibid

[24] Ibid

[25] Ibid, pag 3

[26] Ibid

[27] Ibid, pag 5

[28] Ibid

[29] Ibid

[30] Ibid, pag 6

[31] Hadot, Pierre, EJERCICIOS ESPIRITUALES Y FILOSOFIA ANTIGUA, Ed. Siruela, Madrid, 2006, pag. 25

[32] Ibid, pag 177

[33] Ibid

[34] Ibid

[35] Ibid, pag 187

[36] Ibid

[37] Ibid

[38] Ibid

[39] Ibid, pag 301

[40] Ibid, pag 302

Fuente: https://carmenzanetti.es/textos/32-la-teraripia-filosofica-como-cuidado-de-si

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